miércoles, 7 de septiembre de 2011

Capítulo nueve: La primera noche

 

Existen muchas voces que hablan a la hora de contarte, antes de que sea una experiencia propia, como son las noches dentro de la Escuela de Mecánica de la Armada. Todos sabemos sobre la última dictadura militar que tuvo lugar en este país entre los años 76 y 83 y cuál fue el papel de la E.S.M.A en dicha época. Desde entonces abundan cuentos sobre espíritus y ruidos raros que circulan en las noches alrededor del predio.

Podría contar la versión mística sobre mi primera experiencia nocturna en la E.S.M.A o bien desmitificarla y contar una versión con menos estuco, cosa que he decidido. Dejaré la mística para cuando cuente mi experiencia paranormal con Manu en 5to año.

Cuando terminó el recreo de 45 minutos que nos dieron después de comer aquel largo primer día nos hicieron formar para ir a dormir.

Todos estábamos contentos porque al fin íbamos a poder poner la cabeza en la almohada luego de uno de los días más largos y difíciles de nuestras vidas. Marchamos coordinados aunque apurados a dormir. Los pijamas eran horribles y duros por lo nuevo, pero a nadie pareció importarle. No podías reírte del de al lado porque a vos te quedaba igual de mal o peor.

Recuerdo que antes de acostarnos nos amenazaron con un alto número de flexiones de brazos si no entregábamos todos los elementos no autorizados y alimentos que teníamos escondidos producto de la visita de nuestros parientes esa tarde.

Como lo que les entregamos pareció poco botín, revisaron todas las taquillas hasta sacar realmente todo lo que no podía estar allí. Incluso nos quitaron, va, les quitaron (porque yo no tenía) libros de lectura personal. No estaba permitido tener absolutamente nada fuera del inventario. Fede Frigerio entregó sus dos libros: El señor de los anillos: Las dos torres y El retorno del rey de la misma colección. Al otro día y desde entonces, ese sería un tema recurrente de conversación entre Fede, Martín (el que no tenía nada de su talle, ya apodado Reclutincho) y yo.

Cuando tuvieron los Guardiamarinas en su posesión todas las golosinas sustraídas, hay que decir la verdad: las repartieron, cual Robin Hood, a todos en partes mas o menos iguales. De todas formas repartir un paquete de confites entre 80 vaguitos equivale mas o menos a tercio de confite a cada uno. Pero había que ser justos. Todos comimos esa ínfima porción como si fuera la última y finalmente había sobrado un poco de algo que no recuerdo y nos lo dieron a nosotros, los pocos que dormíamos del otro lado del camarote acotando que, como íbamos a entrar a 2do año nos correspondía comer esos sobrantes. Si bien no entendimos muy bien cual fue ese motivo por el cual nos dieron esas sobras, accedimos y comimos despreocupadamente.

Entonces sí, nos acostamos a dormir no sin antes hablar alto y muchísimo sobre todos los acontecimientos del día de una forma mas que excitada hasta que en un momento todos se callaron y me dejaron hablando solo cuando se acercó por mi espalda un oficial y me tocó el hombro destapado, cosa que me hizo correr un escalofrío de espanto por mi cuerpo. “Cállese y duerma, si hoy le pareció un día largo no sabe lo que le espera mañana” me dijo el oficial Gambirassi para mi sorpresa ya que esperaba hacer flexiones de brazos en lugar de recibir ir un concejo.

Entonces sí, sabiendo que había agotado mi suerte del día me dormí casi automáticamente sin importarme si había ruidos extraños de espíritus de personas que habían muerto dentro de ese predio años anteriores.

El caso es que dormí toda la noche, lo que me parecieron pocos segundos porque al instante se prendieron las luces y mediante un grito el oficial Medina Torre indicó levantarnos para comenzar nuestro segundo día de instrucción a las 6 de la mañana en punto.

Dormir un minuto ahí adentro era una eternidad pero dormir en las noches era un segundo. Un destello ínfimo de noches y ojos cerrados. Las noches eran una ilusión que, hoy por hoy, dudo que hayan existido aquellos años. Todas esas noches, por cuatro años, me acostaba, miraba por la ventana que siempre tuve al lado, miraba la luna y daba cuenta de en donde estaba y cuando, al instante mi mente se desvanecía y luego de escasos fragmentos de tiempo indivisibles, era de madrugada, eran las seis, estaban las luces prendidas y era escuchar un silbato o un “levantarse” que me llevaban inmediatamente a dos lugares: al piso, a hacer flexiones de brazos por no levantarnos instantáneamente como pretendían y a pensar en como había terminado esa profunda reflexión mirando el cielo por la ventana de ayer en este momento tan horrible que era la hora de diana de todos los días.

Nunca creí que fuera tan importante dormir como entonces. No por descansar el cuerpo, sino por la posibilidad de jugar, o soñar estar en otro lugar y en otro momento.

Yo quería vivir escapándome de ahí. Pero nunca tuve el coraje de escapar, en cambio me convertí en un estupendo soñador y sólo ahí, dentro de mí lo conseguía.

Como Borges.

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